Algunos la han criticado, otros la han elogiado. Pero en más de una ocasión se ha visto a atletas de nivel compitiendo embarazadas. Serena Williams lo hizo en el Abierto de Australia en 2017 y la misma maratonista Paula Radcliffe enfrentó la mítica distancia en estado de gestación.
A los 31 años, la heptatleta Lindsay Flach participó en sus terceras pruebas olímpicas, “un poco diferente” a como lo hizo para Londres 2012 y Río 2016. Una noche antes de la competencia reveló que tenía 18 semanas de embarazo.
“Toda historia tiene un final, pero en la vida cada final es un nuevo comienzo”, señaló antes de iniciar su participación en la primera de las siete pruebas diferente, donde finalizó en el puesto 15 entre las 18 mejores heptatlonistas de los Estados Unidos que buscaban su cupo para Tokio.
Una vez que se enteró de su embarazo pidió permiso a sus médicos para continuar entrenando antes de las pruebas clasificatoria para las Olimpiadas.
“Mi mayor preocupación era asegurarme de que yo estuviera sana y que el bebé estuviera sano. Las 12 primeras semanas fueron de vómitos intensos, que afectaron mi entrenamiento. Si las pruebas olímpicas hubiesen sido hace tres semanas, no sé si hubiera estado allí, pero comencé a sentirme mejor y pude hacer algunas prácticas realmente buenas”, añadió.
En la prueba final del heptatlón, los 800 metros, Flach se retiró después de correr solo 100 metros. Confesó que no quiso poner en peligro ni a ella ni a su hijo, ante la ola de calor récord que había en Eugene, Oregon.
La estadounidense sostuvo que iba a ser muy cautelosa en competencia y que “no iba a correr el riesgo de dañarme a mí misma o al bebé”. Admitió que fue “mentalmente difícil” no competir en su nivel más alto.
“Solo quería demostrar de lo que son capaces las mujeres. Terminar un capítulo y comenzar otro en mis términos fue increíble”, concluyó.
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