Entre los aspectos que permiten mejorar el rendimiento al ejercitarse hay un elemento que suele estar en los escalones más bajo de la lista de prioridades: el masaje deportivo.
Y es que la práctica continua de muchos deportes carga los tejidos y deja poco tiempo para la recuperación. Si los músculos están tensos, el masaje ayuda a su relajación y los prepara para sus próximas rutinas. Contribuye a evitar espasmos musculares y desgarros, además de eliminar las toxinas que se generan con el entrenamiento, sobre todo si es de alto impacto.
También aumenta el flujo sanguíneo, la temperatura y la elasticidad muscular, especialmente para activar la circulación en las zonas de mayor tensión muscular y desgaste.
Según los especialistas, el masaje mejora la movilidad de las articulaciones, realinea las fibras musculares y estimula las conexiones nerviosas, lo que permite aumentar la velocidad de respuesta motora.
Dependiendo de la etapa de actividad física y los objetivos que se persiguen, los masajes se clasifican en tres tipos:
Pre-competitivo o de calentamiento. Es vigorizante y está enfocado principalmente en optimizar las capacidades elásticas y contráctiles de los tejidos. Se aconseja entre 24 y cinco horas antes de la actividad.
Post-competitivo o de recuperación. Busca relajar los músculos, reducir los espasmos y facilitar la eliminación de toxinas que provoca la competencia o el entrenamiento. Va bien entre 45 minutos y cinco horas como máximo después del fin de la actividad.
Mantenimiento o descarga. Ayuda a lidiar con la carga de trabajo y prepara al organismo para la siguiente práctica o competencia. Se puede combinar con estiramientos. Se aconseja al menos una vez a la semana.
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